Ayudando a soportar...
- Claudio Altisen
- 28 ago 2013
- 7 Min. de lectura
AYUDANDO A SOPORTAR.
Intervenciones en crisis: el fomento del Otro reparador frente a los traumas.
La palabra griega “trauma” (que se dice igual que en castellano), significa herida, daño, desastre, derrota; es decir, algo que se rompe. El traumatismo puede ser definido como un flujo de estimulación, inmetabolizable e indomeñable para la psiquis, que la pone en riesgo de fractura o estallido. Es una materialidad irreductible a todo ensamblaje. Más precisamente: el traumatismo es una inscripción que perfora el psiquismo y no posibilita, en muchos casos, una recomposición elaborativa. La elaboración de una recomposición simbólica del agujero. Una recomposición libidinal, llevada a cabo mediante la simbolización en el otro.
¿En el otro? Efectivamente, cabe decir que la psiquis humana no es una cápsula solitaria y cerrada sobre sí, sino una red. El psiquismo se constituye a partir de redes simbólicas (redes entre sistemas representacionales, de reconocimiento y reciprocidad), en las cuales la experiencia se entreteje. Esto significa que el ser humano es un ser de cultura. No es un ser encerrado en un nicho biológico, sino un ser de lenguaje desplegado biográficamente. O sea que es un ser simbólico en relación triádica; vale decir: existe el elemento presente, aquél al cual remite, y un tercer elemento interpretante o de encuentro o relacionante entre los dos anteriores.
El ser humano es un hablante que se relaciona articulando sonidos que son palabras, sonidos revestidos de significación. Opera así una articulación de significantes, que arrancan al viviente de la mera biología y lo colocan en el territorio de la biografía del sujeto hablante. El significante ubica al sujeto en una cadena o articulación simbólica. ¿Qué es un significante? Pues lo que representa al sujeto para otro significante en el interior de un conjunto estructural discursivo. Entonces: un significante es tal solo para otro significante, pues un significante se caracteriza por no poder significarse a sí mismo; es decir, que siempre necesita de otro significante para poder significarse. Vale decir: la subjetividad se representa en una relación… o sea que la representación de la verdad de sí del sujeto, se construye siempre en el seno de una experiencia con el semejante (el otro); esto es: en un campo de alteridad; es decir, de a dos… Es en la relación con otro, semejante, donde uno se encuentra en verdad con la figura del Otro de la cultura.
En síntesis: lo traumático es el resultado de un mal encuentro con la figura del Otro.
Esta aseveración remite a una intensa y profunda experiencia de desengaño, que conmueve y perturba la certeza del yo.
En tanto que “mal encuentro”, podemos decir entonces que el evento traumático sucede cuando algo de la realidad irrumpe violentamente por la vía de un encuentro inesperado; esto es: la intrusión de un real imposible de anticipar y, a la vez, imposible de evitar.
Una sintética reflexión sobre los factores desencadenantes del trauma, nos permite establecer dos tipos de causación: 1.- están de un lado los traumas de la guerra y del sexo, que implican al Otro, que implican la voluntad de goce del Otro, y 2.- están los que tienen que ver con catástrofes “naturales” (inundaciones, terremotos, erupciones volcánicas), los cuales parecen ser lo más real de lo real, sin la incidencia del Otro. Pero cabe señalar un tercer tipo que surge de entre los otros dos tipos de causación; por ejemplo: la contaminación producida por una central atómica japonesa luego de ser golpeada por un tsunami; hay en ese tipo de catástrofes algo muy “natural”, pero a la vez muy humano.
Frente a este tipo de experiencias nuestras sociedades, en un nivel bastante colectivo, fomentan Otro reparador frente a los traumas. Esto es: en nombre de la solidaridad (de la “solidez” de los lazos humanos) se fabrica un Otro que construye el discurso sobre el trauma y sus soluciones, y por consiguiente las ayudas necesarias para afrontarlo.
Este es un fenómeno socio-cultural muy interesante, porque aun cuando Dios ha venido a ser una figura poco gravitante, cuando el sentido de la tragedia antigua ya no existe, cuando tampoco se cree en el destino, en suma: cuando están debilitan las clásicas representaciones totalizantes (metafísicas) del ser… tenemos, empero, el sentimiento de la contingencia (un registro de la futilidad, la precariedad, la incompletud, la fragmentación, la finitud de la existencia). Sin embargo, a pesar de eso, el Otro del discurso en la cultura actual, igualmente logra construir un Otro de sustitución (con función rectora: cohesionante y orientadora) que es el Otro de la solidaridad. Esto nos parece interesante porque indica que cada tiempo y cada cultura se las arregla para ir inventando las figuras del Otro.
El punto es que nos podemos preguntar: ¿por qué tenemos tantos traumatismos hoy en día? ¿Por qué la subjetividad parece estar tan en riesgo, tan desmantelada, tan débil? ¿Qué sucede? ¿Será que las causas del espanto se han multiplicado? ¿Quizás hay una suerte de sumatoria de “microtraumas” (agregación casi imperceptible, pero persistente y dañina)? Se puede evaluar todo esto, y quizás lo hagamos en otro artículo. De momento, lo que nos interesa señalar aquí es que los recursos de los sujetos parecen ser ahora más débiles. Con esto queremos decir que los discursos que regulan los lazos sociales no logran como lo lograban anteriormente “hacer de pantalla” a lo real.
Los discursos construyen un orden de satisfacción. Cada discurso interpone una cobertura, un envoltorio protector, con su semblante, con su orden, entre el sujeto y lo real. El discurso puede envolver lo real. Precisamente: gracias a las construcciones simbólicas del discurso, los seres humanos vivimos en una envoltura protectora que nos abriga. ¿De qué nos protegen los discursos? Pues del encuentro fatal, de la pesadilla. Entonces, cuando los discursos pierden consistencia (capacidad de proponer significaciones estables y lazos ordenados), cuando las pantallas se agujerean, las pesadillas se multiplican.
Una época logra “hacer de pantalla” al trauma, cuando logra darle sentido. Esto es: cuando un discurso consistente (estable y ordenado) logra suavizar o acomodar un real, incluso el más espantoso.
Hay sentido cuando es posible concatenar representaciones al experimentarse cada quien a sí mismo en una relación intersubjetiva de mutuo reconocimiento y reciprocidad. El sentido permite la continuidad, la no disgregación. Hay agujero o ruptura cuando el sujeto se encuentra solo frente a un real sin sentido (algo en lo que el sujeto no se ubica, no se reconoce), porque lo que le pasa en tal circunstancia es que “falta el Otro”… Falta lo que hace de barrera a los eventos traumáticos. Pero cuando hay un discurso en el cual el Otro existe, entonces hay sentido. Y cuando hay un discurso que hace existir al Otro, puede haber dolor, sufrimiento e incluso exterminación y todo lo espantoso que uno pueda imaginar, pero, asimismo, tiene algún sentido. Que tenga sentido quiere decir que toda la libido del sujeto no queda captada por el recuerdo de lo traumático, ni capturada en un olvido imposible (como la retraumatización en las pesadillas de cada noche a posteriori del evento inicial). Que tenga sentido quiere decir que el encuentro real se inscribe en signos (imágenes, significantes, significaciones) en los que el sujeto se reconoce, en los que se puede reubicar. Quiere decir que un real encuentra correspondencia en lo simbólico. Quiere decir que el sujeto se encuentra implicado, toma parte, se atribuye algo, y no se reconoce como una mera víctima a merced de lo horrible. Quiere decir que asume la tarea de “rememorar” como una labor de inscripción que reduce el peso del elemento traumático. Quiere decir que se hace responsable de su participación.
Ahora bien, cuando alguien se encuentra tomado por una excitación insoportable e intratable, no es el momento de ir a decirle al sujeto: “¿cuál es tu participación en esto?” Sería indecente y también injusto. Y lo sería porque en tal circunstancia no hay fuerza para soportar, o canalizar, o repartir, el exceso de excitación. La tensión es mucha y faltan los recursos. La sensación es de desamparo e impotencia. En tal circunstancia hay que ayudar al sujeto a “recordar-se” lo que sabe de sí, para sostenerlo en el encuentro con lo que no fue inscripto en el discurso del que dispone. La elaboración es asunto de después… Es que una cosa es intervenir en el momento del golpe de lo real, y otra cosa es intervenir sobre las secuelas. El traumatismo en su impacto es real, puro real. Las secuelas son siempre del sujeto. Además, dado que no hay sujetos estándares: 1.- tampoco los golpes son iguales, porque no se traumatizan todos con lo mismo ni del mismo modo y, en consecuencia, 2.- no habrá secuelas estándares para esos golpes.
En resumen: En las intervenciones en crisis se ha de procurar mantener juntos a los dos componentes del traumatismo (el golpe de lo real y su secuela en el psiquismo), haciendo pie para esto en la mayor o menor consistencia de los discursos de los que dispone el sujeto para acolchonar el golpe, y desde ahí fomentar el refuerzo de la significación, valiéndose para eso de la “calidad del trato” (solidario y auscultante: dador de reconocimiento) en el vínculo humano establecido entre los miembros del equipo profesional interviniente y los dolientes. Todo esto en orden a ayudarles a facilitar la regulación de la tensión mediante su permanencia en el territorio del lenguaje, aminorando así el riesgo de fractura y la severidad de las secuelas.
Huelga decir (pero cabe señalarlo al menos someramente) que:
Para optimizar los resultados y obtener un mejor pronóstico, las intervenciones en crisis han de estar rápidamente disponibles durante las primeras horas.
Las intervenciones en crisis suponen actuaciones con individuos, con familiares y con otras redes sociales; es decir que se deben tomar en consideración los distintos niveles sistémicos implicados.
Las intervenciones no se ciñen a un manojo de problemas especificados de antemano, sino que su amplitud es muy grande, abarcando una enorme variedad de problemas de las personas involucradas.
Empero, la intervención en crisis se focaliza preferentemente sobre los problemas actuales, en particular aquellos que motivan el pedido de ayuda concreto.
La intervención en crisis no apunta sólo a la resolución de los problemas actuales, sino al fomento de recursos aptos para el afronte de situaciones difíciles de sobrellevar.
La intervención en crisis no brinda consuelos, sino que está orientada a la confrontación con la realidad y a su aceptación.
La intervención en crisis prepara para otras formas ulteriores de ayuda, aptas para elaborar las secuelas que el golpe haya dejado.
En suma: no se trata de suplantar al sujeto colocando en su lugar una batería de “quitapenas” prearmados, sino de salir a su encuentro para ayudarle a no extraviarse de las referencias en base a las cuales le pueda ser posible metabolizar lo nuevo que irrumpe en su vida y se le impone con dolor.

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