Tobías: el duro nacimiento del hablante...
- Claudio Altisen
- 21 dic 2015
- 33 Min. de lectura
ARTICULO de PSICOLOGÍA INFANTIL.
Es en el lenguaje donde el sujeto tiene su origen y su lugar propio, y sólo en el lenguaje y a través del lenguaje. No hay modo de definir al hombre separándolo del lenguaje. La realidad a la que remite el yo es una realidad de discurso...
Ahora bien, la “in-fancia” es el sustrato que hace posible el lenguaje, pero a su vez es aquello que en el hombre está antes que el sujeto.
Como infancia del hombre, la experiencia es la mera diferencia entre lo humano y lo lingüístico. Que el hombre no sea desde siempre hablante, que haya sido y sea todavía infante, eso es la experiencia.
Lo que distingue al hombre de los demás seres vivos no es la lengua en general, sino la escisión entre lengua y habla.
La infancia es la experiencia por la cual el niño se apropia del lenguaje y el hombre tiene una infancia porque no habla desde siempre, sino que entra en la lengua como sistema de signos transformándola en discurso.
En consecuencia: la infancia es la máquina que transforma la pura lengua prebabélica en discurso humano, la naturaleza en historia.
(de Giorgio Agamben, en “Infancia e historia”)
Volví a recorrer los textos de Françoise Dolto en su estupendo libro “La causa de los niños”, y la relectura me llevó a pensar en los niños que, de un modo u otro y dependiendo de la situación de vida de cada quien, encuentran dificultad para hacer la experiencia de devenir hablantes con voz propia. Dificultad para “poner la vida en juego” al modo humano. Dificultad para procesar las marcas de lo que les va pasando, y hacer en eso la diferencia que les permitirá, tal vez, articular un futuro. El “juego” es eso, precisamente: una apuesta a procesar, un intento de llegar a simbolizar algo más adelante.
Las dificultades de los niños para “hacer la experiencia”, se manifiestan de diversas formas y en diversos ámbitos, sobre todo porque se habla de ellos, pero no a ellos y tampoco se los escucha. A su vez, la ausencia de escucha no se queda sin efecto, sino que recae sobre el niño al modo de etiquetas estigmatizantes que les son aplicadas en la familia, en la escuela, en el barrio. Incluso entre los profesionales de la salud mental, el rótulo suele tomar la forma de un diagnóstico que ubica a cada niño en clasificaciones generales que no permiten captar lo singular del sujeto incluido en la clase.
Ante esto es conveniente recordar con Lacan que “lo que corresponde a la misma estructura no tiene el mismo sentido, por lo cual no hay análisis sino de lo particular”; es decir que: no hay sentido común de los síntomas, sino que hay tipos clínicos que solo se pueden ver cuando, retroactivamente, ubicamos la estructura. Ubicar la estructura clínica tiene que ver con situar el modo en el cual cada caso se incluye en ella y recortar los rasgos que hacen a su singularidad, lo más propio de cada uno, lo que no hace clase; esto es: lo diferencial. Porque de lo que se trata no es de hacer calzar a las personas en clasificaciones relativas y arbitrarias. Antes bien, de lo que se trata es de visibilizar la articulación entre la operación significante y sus consecuencias sobre el goce del sujeto. Se trata de afrontar la relación al lenguaje para cada ser hablante, y cómo cada uno se las arregla con eso. En consecuencia: la tarea no consiste en atrapar al niño mediante un diagnóstico cerrado, sino en abrir su problemática para venir a situar algunas coordenadas referidas a su modo de atemperar el goce.
Recuerdo en este momento a un chico de nombre Tobías, que manifestaba algunas dificultades para hacer la experiencia de relacionarse con los demás, particularmente con los adultos, tanto en la escuela como en su casa. Se trata de un chico de nueve años que pasa las horas del día encerrado en su cuarto sumergido en videojuegos y acompañado por su perrito de mascota. Casi no sale ni para comer (de hecho, come solo y en su cuarto), y tan solo sale para ir todos los días a la escuela, para concurrir algunos días a clases de guitarra, para ir a visitar a su abuela paterna algunos fines de semana, y para hacer algún paseo con su madre.
Somera descripción.
Tobías es hijo de un matrimonio que se celebró en el año 1996.
Su madre se casó sin estar enamorada de su futuro marido, sino estando enamorada de otro hombre de quien había sido novia en 1992, el cual no la había correspondido. Y no había correspondido a su amor en virtud de una severa neurosis obsesiva ligada al ámbito religioso, que ese hombre padecía por aquel entonces.
La madre aún hoy afirma que nunca quiso ser “madre”, pero que su marido insistía en traer un hijo al mundo. Sucedió entonces que se produjo un embarazo por accidente, sin buscarlo… y de ese matrimonio nació, en el año 1997, una niña afectada por un síndrome cardíaco congénito, a consecuencia del cual murió a los nueve días después del parto. A posteriori de esa dolorosa experiencia, la madre que no quería ser madre tenía aún menos ganas de embarazarse otra vez. Pero su marido siguió insistiendo en que quería tener un hijo, y unos cuantos años después ella accedió a buscar un nuevo embarazo. Lo buscaron durante un año completo, hasta que en el año 2006 nació Tobías.
Según los dichos de la madre de Tobías, a partir del nacimiento de este hijo, comenzó a declinar el interés del padre en la relación conyugal.
Por aquel entonces, alrededor del año 2008, cuando Tobías tenía dos años de edad, la situación laboral del padre no resultaba todo lo satisfactoria que él pretendía, y entonces él tomó una drástica decisión: vendió el inmueble y el automóvil de la pareja, envió a su esposa e hijo a vivir en la casa de la abuela materna de Tobías, y él emigró a probar mejor suerte en España… con la promesa de reunir nuevamente a la familia unos pocos meses después, cuando lograra encontrar trabajo en tierra extranjera. Sin embargo, una vez en España, el padre comunicó a su esposa su decisión unilateral de abandonar a su familia en Argentina y no volver nunca más.
En el año 2009 el matrimonio se separó definitivamente, pero nunca tramitaron un divorcio formal.
Desde entonces, la madre y el niño continuaron viviendo con incomodidad en la casa de la abuela materna.
También en el año 2009, el padre tramitó y obtuvo la ciudadanía italiana para él y para su hijo Tobías, excluyendo del trámite a la madre de su hijo.
En el año 2010, la madre reencontró al hombre de quien estuvo siempre enamorada, el cual se encontraba en trámites de separación de su matrimonio. Aquel hombre había superado su neurosis de antaño, y pudieron reanudar la relación de noviazgo que habían interrumpido hacía ya casi unos veinte años atrás. Asimismo, ese hombre no terminó de concretar su separación sino en el año 2013. A partir de ese año, la relación de la madre de Tobías con ese hombre se volvió mucho más frecuente. Ese hombre y Tobías comenzaron a verse más a menudo y, en ocasiones, el niño le dijo “papá” al novio de la madre.
Cabe mencionar que, desde la emigración del padre a España, Tobías volvió a ver a su papá recién en el año 2011; esto es: tres años después de su partida. Ese año Tobías viajó a España dos veces: una a principio del año con su papá, y otra a mitad del año con su prima. Luego pudo seguir viéndolo todos los años siguientes, entre 2012 y 2014, viajando él solo en avión a España, para permanecer allá aproximadamente un mes con su papá. O sea que Tobías estuvo durante un mes por año con su papá, unas cinco veces en siete años. El resto de los meses de cada año, Tobías y su papá mantuvieron comunicaciones por Internet.
Sobre el final del año 2014, Tobías le preguntó por primera vez a su madre, después de casi siete años desde la separación: “¿Por qué papá no vive con nosotros?”. Téngase en cuenta que en ese tiempo Tobías estaba concurriendo a sesiones de psicoterapia, por recomendación de las autoridades de la escuela a la que concurría y en la que tuvo problemas de aprendizaje que casi lo hacen repetir de grado.
En esa misma época, y ya entrado al año 2015, sucedieron dos cosas muy significativas:
Por un lado, Tobías hizo un dibujo para su psicóloga en el cual emplazó en un extremo de la hoja el mapa de España con la leyenda “papá, lo extraño”, y en el otro extremo dibujó el mapa de la Argentina con la leyenda “mamá, la extraño”… y no se dibujó a sí mismo, pero definió a “su” casa en el mismo lugar donde vivía su mamá, en Argentina.

Por otra parte, la madre estaba muy disconforme con su fatigoso trabajo como encargada de un restaurante en el cual había un clima laboral muy tenso, también se sentía abrumada con su vida cotidiana en la casa de su madre, y estaba muy cansada de lidiar con los problemas escolares de su hijo; entonces decidió imprimir un giro a su vida tratando de cumplir su postergado deseo de iniciar una carrera universitaria. Su novio la acompañó con entusiasmo y dedicación en ese nuevo proyecto de vida, y la ayudó a organizarse para elegir carrera e ingresar a la vida universitaria. Pero, durante apenas la primera semana de cursado en la universidad, de exabrupto ella decidió abandonar la carrera a consecuencia de sentirse sobrepasada por el peso del trabajo y de las dificultades escolares de su hijo, que le impedían disponer del tiempo diario necesario para estudiar como ella hubiera querido. En tal circunstancia de la vida, y presa de la ansiedad, de un día para el otro le pidió a su novio que constituyeran pareja y se fueran a vivir juntos a cualquier lugar. Ante ese pedido repentino, su novio se asustó y le contestó (al modo típicamente neurótico) que más adelante lo harían, pero que por ahora no era el momento de apresurarse. Y ante esa respuesta dilatoria por parte de su novio, esta mujer decidió emigrar cuanto antes a España, para probar mejor suerte laboral y para contar con la ayuda de su exmarido en la crianza de Tobías.
Su novio le dijo que lo que ella quería hacer, a él no le gustaba ni le parecía buena idea, pero que respetaría su decisión. De ahí se siguieron algunas discusiones entre los novios, pero al cabo de un tiempo acordaron que afrontarían esta nueva situación surgida de la decisión de ella, con la intención de tratar de salvar su noviazgo a pesar de la distancia y del tiempo prolongado que la decisión de ella implicaba... Un tiempo que entre ambos estipularon que no sería superior a dos años, hasta que Tobías termine la escuela primaria y ella pudiera tramitar su ciudadanía europea. Luego de ese tiempo, la madre volvería a la Argentina para convivir con su novio... y durante el transcurso de esos dos años verían el modo de mantenerse presentes el uno para el otro mediante viajes de la madre a Argentina y de su novio a España. El objetivo acordado entre la madre y su novio, consistió en aprovechar el tiempo de residencia en España para conseguir que Tobías se reencuentre con su padre, y que a partir de ese reencuentro pueda resolver sus problemas afectivos antes de ingresar a la pubertad.
De hecho, sobre finales del año 2015 la madre efectivamente viajó a radicarse en España… Ante la concreción de ese hecho su novio reaccionó con mucha angustia (una angustia inusitada para él): “¿¡Qué hice!? ¡España queda muy lejos y dos años es mucho tiempo! ¿Y si se consolida laboralmente allá y se enamora de alguien más, y no vuelve nunca más?... ¡La amo y la dejé irse!”… El consiguiente esclarecimiento afectivo le llevó a elaborar su angustia y a proponerle a la madre de Tobías el vivir juntos definitivamente en Argentina. Actualmente se encuentran en diálogo para analizar el modo (concreto y factible) de constituir pareja y vivir juntos, de una buena vez, sin diferir las cosas, y sin perder de vista el deseo de Tobías por relacionarse con su papá.
Pero ahora las perspectivas de futuro en la relación de la madre con su novio se tornan más arduas y complejas, en razón de lo tan a gusto que se encuentra Tobías en España con su padre y la nueva familia que su progenitor constituyó allá… E incluso cabe esperar que en el corto plazo, cuando el niño ingrese a la pubertad, el arraigo en España sea aún más importante para él, con lo cual se hará más difícil un eventual retorno de la madre a la Argentina para poder convivir con ese novio a quien ella todavía define como “el amor de su vida”.
Lo que Tobías nos permite observar es que, en el análisis adulto y responsable de este tipo de situaciones, hay que partir desde lo que hace sufrir al chico y no a la madre o al padre. No es que esto consista en comprenderlo todo respecto de la conducta del niño, sino tan solo en saber cuanto menos respetar como adultos las reacciones del niño, aunque no las comprendamos. Es muy interesante entender las cosas de esta manera. Es decir que hay que analizar el malestar atendiendo al niño, y no a los padres. Pues de lo contrario el niño seguirá siendo considerado como un mero objeto de sus padres. Pero tampoco se trata de brindar una suerte de consuelos para ahorrarle desencantos al niño, ni de dirigir reproches a su madre y a su padre. No se trata de edulcorar la existencia, ni de retrasar experiencias duras, ni tampoco de intentar dirigirle la vida de manera direccionada en pos de un ideal.
Veamos esto con alguna apoyatura teórica, reclinándonos sobre el pensamiento de la afamada psicoanalista francesa Françoise Dolto:
Glosa I.
Freud revolucionó su época al descubrir que los comportamientos humanos echan sus raíces en la historia relacional de cada uno con sus padres, y en las modalidades de ligazón del niño con la madre y el padre, remontándose a las identificaciones y rivalidades precoces de todos los humanos durante esa primera dependencia respecto de los seres genitores y tutelares, y a las primeras fijaciones sensoriales y sensuales para con sus padres, de manera incestuosa, y por este hecho emocionalmente fuente de angustia. A esa angustia inevitable, Freud la llamó “angustia de castración”. Ligada a los conflictos en la mente del niño entre los cinco a los siete años de edad, periodo que Freud denominó “complejo de Edipo”.
La resolución del conflicto edípico consiste en la aceptación de la ley de prohibición de realizar el deseo incestuoso. Esta aceptación varía según las modalidades del medio étnico. Pero, como quiera que sea, el punto es que se trata de un momento nodal en el que se produce en el niño una mutación, la cual consiste en la integración del sujeto a la sociedad en tanto que responsable de sus actos deliberados. Es, entonces, un momento inaugural en la experiencia de la vida, que resulta condicionante de todas las demás experiencias sucesivas. Más adelante en la vida, cuando al niño le sobrevengan cambios que le exigirán una nueva tarea de integración, irrumpirá la adolescencia como ese momento en el cual el sujeto reorganiza la estructura edípica, separando definitivamente el deseo de sus miras incestuosas, en provecho de la búsqueda de objetos deseables en la comunidad, fuera de la familia. Como puede apreciarse, entonces, se trata de dejar que el niño pueda llegar a conquistar su libertad y disponer de ella. Pero, para eso, resulta indispensable que los padres tomen distancia respecto del chico y le brinden confianza. Lo cual no significa expresarle indiferencia, sino todo lo contrario. Se trata de amarlo autónomo.
Ese itinerario de vida se dificulta cada vez que hay padres que ceden en todos los caprichos de sus hijos. Algunas madres, por ejemplo, dicen: “Si no hago lo que mi hijo quiere, entonces él dice que soy mala y que ya no lo quiero”. Pero a las madres que refieren escenas como esas, habría que contestarles que dejen que su hijo lo diga, sin afligirse ellas por eso. Que le expliquen a su hijo que ellas también tienen ganas de distraerse y de dedicarse a otras cosas, y que si el chico se aburre en su ausencia, pues que se ocupe de algo en casa, o que vaya a la de un vecino, o que llame a algún compañero. No le harán ningún daño al niño. Al contrario, para que un niño alcance su autonomía es preciso que el adulto se ocupe de sí mismo, dándole el saludable ejemplo de tomarse su libertad y de defender su propia autonomía. Téngase en cuenta que si un hombre ocupa el lugar que debe ocupar en la vida de una mujer, y viceversa, el hijo se ve forzado a no pegarse ni a su padre ni a su madre. La triangulación edípica queda así asegurada y operante.
Otro error consiste en creer que la autonomía de un niño debe manifestarse en un grupo (del barrio, del club, del colegio), como sustituto del núcleo familiar. Pero si el chico quiere permanecer solo, no hay por qué contrariar su voluntad. Al contrario, conviene favorecer todas las experiencias que desee realizar. A su tiempo, él comprenderá lo que más le conviene, pero sólo a condición de haber llegado hasta el límite de sus deseos y de haber experimentado sus efectos.
En el caso de Tobías, podemos observar que él prefiere permanecer la mayor parte del tiempo solo en su casa, en su cuarto, con su computadora y con sus libros y con su mascota. Pero también podemos observar que, cuando no está en presencia de su madre, en el colegio y en el barrio juega con los demás chicos sin problemas. E incluso lleva muy bien su interacción con adultos cuando está ocupado en actividades congruentes con la expresión de su deseo, como por ejemplo en la relación con su profesor durante las clases particulares de guitarra.
De lo que se trata, entonces, es de no alarmarse y ser respetuosos del deseo del niño, aunque no lo comprendamos. Se trata de no molestarlo, de no fastidiarlo, sino tan solo sostenerlo para que pueda llegar a ser él mismo. Sostenerlo dando ocasión a encuentros creadores de relaciones en las cuales se pueda poner en juego la variancia emocional en la manifestación de la afectividad, según el peculiar modo de ser del niño. De ahí la importancia de repartir los intercambios entre miembros de la familia, o con otras personas. Por ejemplo: las relaciones de Tobías con su profesor de guitarra, con sus compañeros de la escuela fuera del colegio y en casa ajena, con los chicos del barrio de la abuela y con su abuela. Y sobre todo con las parejas de sus padres: la del padre y la de la madre. Es que resulta necesario que la relación entre el niño y el adulto tutelar no sea dual, sino triangular. Para evitar que la cotidianeidad sea monótona, continua y pletórica.
Asimismo, en Tobías se observa que lleva muy a mal las contrariedades en las relaciones. Reacciona encerrándose en un mutismo muy enojoso, del cual sale de a poco y con expresiones violentas. Es que el niño, todo niño, rehúsa soltar o dar. Ellos esperan algo. Pero el deseo contrariado es una oportunidad creativa. En tal sentido, los padres deben cuidarse de pretender crear condiciones ideales para sus hijos, pero deben brindar palabra para humanizar el sufrimiento de no ver satisfecho el deseo. Esto quiere decir que no se trata de satisfacer la demanda del niño, sino de justificar su deseo. Y el hecho de hablar del deseo, justifica el deseo, sin obligar a los padres a satisfacerlo. Al deseo se lo justifica, pero no se lo satisface.
La demanda debe ser hablada, hay que saber escuchar el descontento y hablarle al niño del deseo que tiene, ayudándole así a desplazar el deseo sobre otro objeto, sirviendo esto para mejorar la comunicación entre sujetos de lenguaje.
Cuando se le dice “no”, hay que darse tiempo y ocasión para verbalizar el objeto de la negativa, pero respetando también el derecho del niño a hacer una escena.
No es bueno que el niño, con el pretexto de que se expanda libremente, nunca encuentre resistencia; es preciso que encuentre otros actos de deseo, los de los demás, y que correspondan a edades diferentes de la suya. Si al niño se le concediera todo, se anularían por completo sus poderes creativos. Además, es necesario extirpar en el niño la ilusión de que sus padres son el modelo que ellos deben imitar. Al niño hay que prepararlo para venir a ser quien es según lo que él vive, lo que él es y lo que él siente. El papel del adulto pasa por suscitar y ayudar al niño a integrarse a la sociedad, escapando al riesgo de la imitación. Porque a la sociedad misma le conviene que las nuevas generaciones puedan llegar a ser capaces de aportarle algo nuevo.
Tobías se angustia mucho cuando es contrariado, porque en esas situaciones vuelve a sentir que no puede ponerse en armonía con unos padres que le piden que se ajuste a lo que ellos quieren, pero sin que él pueda llegar a captar qué quieren ellos de él. O sea: ¿de qué deseo es sujeto? ¿En qué deseo fue acogido en la vida? ¿De qué deseo podrá nacer-se? Su madre no deseaba ser madre, y su padre no deseó sostener una relación frecuente y cercana con él. Nunca nadie le explicó nada a Tobías sobre la separación de sus padres. Solo la madre le dijo tardíamente (casi siete años después) que su padre estaba lejos por razones de trabajo, y el padre jamás le dijo nada respecto de la ruptura matrimonial y de su decisión personal de vivir lejos de él, en España. Tampoco le contaron que hubo una hermanita fallecida, a pesar de que Tobías con frecuencia expresó su deseo de “tener una hermanita”. Es más, unos pocos días antes de emigrar a España le preguntó a su madre: “¿Por qué allá no vamos a vivir los tres juntos?”.
Como puede observarse, si bien las prácticas cotidianas en pos del beneficio fisiológico del niño se asocian a la acogida simbólica del chico y le permiten sentirse deseado; sin embargo, por más que haya estado debidamente alimentado e higienizado, viviendo en una casa espaciosa y confortable, e incluso bien surtido por sus padres con ropa de marca y a la moda, con provisión de muchos juguetes, abundante tecnología computacional para el entretenimiento, frecuentes visitas a McDonald’s, y un colegio privado caro, todo eso al niño no le sirve de nada cuando lo que en verdad está buscando es el modo de salir de su aprisionamiento en un enigma inquietante, para tratar de inscribirse y tomar posición en una historia relacional con su madre y con su padre. De ahí que resulten agravadas las dificultades de comportamiento del hijo, dado que se encuentra estancado en una relación de posesividad imaginaria, que no ayuda a franquear las etapas simbólicas. Lo verdaderamente importante en la vida de Tobías no es su manutención material, sino: 1.- que su madre nunca quiso ser madre, que ella amaba a otro hombre que no es su padre, que siente al hijo como una perturbación para su vida de mujer, y 2.- que su padre lo abandonó tal y como él mismo había sido abandonado por su progenitor cuando fue niño, y que necesitó alejarse de la madre, así como lo habría hecho de cualquier otra mujer a la que él hubiera hecho madre. Eso es lo que reviste interés en las entrañas mismas de la vida de Tobías, porque su potencialidad humana resulta afectada simbólicamente por aquellas inquietudes de sus padres que no acertaron a poner en palabras. Lo que necesita es que se lo ayude a conocer su historia de sujeto a través de lo que puede percibir de sus padres hablando con ellos. Hablar es lo que les da su lugar.
Sin juzgar a sus padres, entonces, urge hablar con Tobías de lo que le interesa a él en verdad. Y eso quiere decir que hay que emprender un camino que conduce, en la geografía del alma de Tobías, al territorio de su dolor. A ese territorio en el que se siente como a la intemperie y sin cobijo; es decir, sin posibilidad de palabra. Hay que rehacer ese camino en la medida de lo posible, y hay que tratar de hacerlo antes de la adolescencia. De ahí, entonces, que haya sido muy lúcida y acertada la decisión de la madre de Tobías al “querer” emigrar a España para facilitar la relación del hijo con su padre real (lo cual no equivale a esperar que un mero padre “real”, pueda operar efectivamente como el padre “simbólico” que cualquier ser humano necesita). Es de capital importancia que sea la madre quien diga quién es su padre “real”, y también es de importancia capital que ese padre “real” se declare responsable del niño. En esas comunicaciones, el niño puede ir naciéndose a la palabra…
También resulta valioso considerar y destacar que la madre sigue desde España tratando de lograr en el corto plazo una relación de pareja efectiva con su novio en Argentina. Y decimos que esto es valioso porque sólo se puede entablar una relación sana con un niño si uno mismo está en relación de intercambio con otros. Esas relaciones son las referencias que el niño necesita percibir para poder salir de la “fusión” con el cuerpo de la madre, y ubicarse en la vida de un modo distinto al de sus propios padres. La relación del padre de Tobías con su pareja española y la de su madre con su novio argentino, son referencias saludables porque desplazan al niño del centro, y disparan la experiencia de la falta… que es causa del inicio de la dinámica deseante de un sujeto. Pero esa experiencia resultará saludable sólo si se le habla a Tobías con franqueza sobre las relaciones afectivas de sus padres con otras personas. Ayudarlo efectivamente es decirle la verdad, dejándole en claro que de ningún modo peligrará el amor que sus padres sienten por él.
Glosa II.
El cuerpo del niño es el lenguaje de la historia de sus padres.
El cuerpo no es el organismo. El organismo está hecho de células, mientras que el cuerpo está hecho de palabras. En efecto, la palabra es la formulación en un código lingüístico de lo que el niño siente en su organismo, pero cuya intelección se le suprime si no se lo pone en lenguaje; esto es, en el código verbal de sus padres. Sin la puesta en palabra por parte de sus padres, el niño es simbólicamente como un huérfano, reducido a ser tratado como objeto de la administración anónima de adultos con plenos poderes sobre él.
Esto es muy importante, porque lo afectivo es tan dominante que modifica el comportamiento orgánico de un niño. Tobías, por ejemplo, desde muy temprana edad manifiesta malestares a nivel de ese primer yo-corporal que, según Freud, es la piel… la cual “envuelve” al cuerpo como superficie de “comunicación” entre el mundo interior y el exterior. Con frecuencia Tobías le pide a su madre que le haga cosquillas, o que lo deje dormir cuerpo a cuerpo con ella en la cama de ella, y busca el contacto físico con adultos mediante abrazos muy apretados. Pero cuando está enojado se pone en posición fetal sobre la cama o en un rincón del cuarto, y no quiere que lo toquen o se deshace en llanto.
Todo eso no surge de la nada, sino que depende de los intercambios de lenguaje con las personas que se ocupan de él, sobre todo sus padres. No es inocente el lenguaje de los padres sobre el cuerpo del niño. Es que la filiación estructura al sujeto, porque está destinada a procurarnos conciencia de nuestro deseo.
Si la voz y las actitudes de sus padres hacen queja por su vida fallida a causa del hijo, entonces no resultan iniciadoras sino mutiladoras de las fuerzas vivas del niño. En el mismo sentido, no resultan inofensivos los padres cuando exhiben su desazón por las cuitas de la vida, ante niños de menos de diez años de edad pensando que “no entienden”. Y, sobre todo, nunca resulta saludable su separación de alguno de sus padres sin la mediación del lenguaje.
El cuerpo manifiesta lo que el niño no puede decir sobre lo que le pasa con el deseo que habita su organismo. Expresa corporalmente sus emociones en los intercambios entre humanos, pues en definitiva el deseo es un deseo de comunicación. Y lo que de ese deseo no se dice en las palabras, se dice en el cuerpo. Ese es el efecto del descuido parental: un cuerpo que no se integra como lenguaje y cae en la no-comunicación. Pero, según Dolto, ningún malestar en el cuerpo es definitivo antes de la adolescencia, y son reversibles. Para eso hay que hablarle con palabras que no lo encierren en su fracaso, sino que lo estimulen y que lo abran al juego de la vida y que lo ayuden a desplegar horizontes convocantes para el deseo. Hay que hablar, siempre y de todo, aunque le produzca angustia. Y habrá que saber soportar la angustia del hijo. De hecho, en la vida es imposible vivir sin angustia, pero hay que aprender a vivir con ella de manera soportable, e incluso creativa. En eso consiste el poder llegar a sentirse responsable de uno mismo. Y hay que preparar a los niños para hacerse autónomos, para despegarse del cuerpo de su madre y de su padre. Se es apto para ser padre cuando se ha alcanzado el nivel necesario para asumir la responsabilidad de un ser diferente de uno mismo y que nunca nos pertenecerá. Ser padres no consiste en una situación de poder, sino en una situación de deber, sin ningún derecho a esperar nada a cambio. Ese deber consiste en amar a los hijos para la vida, educándolos para liberarlos de su tutela. La responsabilidad es mucha, porque el verdadero trabajo consiste en dejar al niño tomar iniciativas con libertad, permaneciendo atentos a limitar los riesgos, y acompañándolos en el hacer experiencia de su sensorialidad mediante la palabra.
El cuerpo de Tobías manifiesta la historia de un padre que lo abandonó a los dos años de edad, y lo dejó solo y a merced de una madre que no acertaba a vivir una vida como la que le hubiera gustado, y con quien ella quería vivirla. Es conveniente, entonces, que sus padres hablen entre ellos sobre su propia situación para con su hijo. No se trata de hablar sobre qué le harán ellos al chico… porque los adultos no tenemos nada que imponerles a los niños. Nosotros no fabricamos su porvenir, sino que lo crearán ellos, otorgándonos el papel de tomar a su cargo su destino exactamente como ellos quieran tomarlo. Los padres les damos la oportunidad de nacer, pero son ellos mismos quienes desean vivir.
Es primordial que los padres logren que el niño sienta que nació del amor entre sus progenitores, y que ese amor por él ligó a sus padres, aunque haya sido un amor efímero… y aunque ahora sus padres amen también a otras personas con quienes ya rehicieron pareja (en el caso del padre) o con quienes estén intentándolo (en el caso de la madre).
Si uno de los progenitores acaso cae en la trampa de su maternidad o paternidad en desmedro de su relación amorosa con la otra persona a quien eligió para su vida, o del interés por el trabajo que quiere realizar, entonces ese progenitor ya no siente el placer de la vida, ni sigue unido a su hijo de una manera saludable para el chico.
Hay que tener muy en cuenta estas consideraciones, porque las difíciles pruebas relacionales en la pareja los niños las viven en su propio cuerpo. Y así congestionan el sufrimiento en los lugares de su cuerpo que son privados del placer de las relaciones estructurantes de la propia identidad. Pero el relevo por la palabra hace que el niño recobre y conserve su seguridad. Por ejemplo: si la madre no quería ser madre y se aflige por las obligaciones que la maternidad le impone, no hay que ocultárselo al niño ni reprochárselo a la mujer. La realidad no es lo que uno imagina. Hay que comprender eso. Pero también hay que explicarle al chico que él fue una sorpresa para su madre, y que ella libremente decidió acogerlo y ocuparse de él. Y lo mismo respecto del padre: se fue a España por trabajo y luego no volvió, pero también decidió ocuparse de él a pesar de la distancia, ayudando a la madre en su manutención.
Glosa III.
Pensando en el porvenir de Tobías…
La decisión de la madre de emigrar a España implica la inauguración de una nueva etapa en la vida de Tobías. Una etapa que tiene que ver con un corte drástico respecto de la situación en la que se encontraba desde cuando su padre lo abandonó. De hecho, ya afincados en España, son elocuentes las preguntas con enojo de Tobías a su madre: “¿Por qué hoy no me va a buscar papá a la escuela? ¿Por qué viniste vos? ¿Por qué tengo que ir al departamento con vos, si con vos estuve todo el año en Argentina, y a papá no lo vi?”… Son preguntas que apuntan al deseo del niño por salir de una simbiosis con la madre en la que no acierta a “articular” las marcas de su propia diferenciación.
La madre, a su vez, escucha estas preguntas y le ofrece explicaciones sensatas al niño: “Es que papá está ocupado… Hoy no le toca… Así nos organizamos mejor”… Pero en realidad sucede que el padre se maneja como le viene en gana, respecto de los días y horarios en los que ve a su hijo: va cuando no le toca, y cuando le toca no va, y aparece y desaparece de a ratos. Ante esto la madre habló con su ex marido para decirle que resulta necesario que él le asegure al hijo un cierto ritmo y orden en la agenda diaria y semanal. Y también le pidió que sea él quien le explique a Tobías que ellos dos están separados y que ya no volverán a vivir juntos. Todas esas intervenciones de la madre están muy bien, porque los niños necesitan de sus padres palabras claras y firmes que les den seguridad y anticipación para afrontar el encuentro con lo real de aquello que sienten que les va pasando en las muy diversas circunstancias de la vida cotidiana. De lo contrario, el niño tan solo padece ansiedades y confusión, ante situaciones afectivas que lo desbordan.
Cualquier niño se desenvuelve con mayor confianza y más tranquilo en situaciones “articuladas”; es decir, mediadas por la palabra de los padres, e integradas a la experiencia del cuerpo propio. Y el cuerpo es propio cuando está separado del cuerpo materno, gracias al funcionamiento de lo paterno en la vida del niño.
Si lo paterno no se pone en funcionamiento, entonces el niño se siente agobiado por una solicitud materna que para él resulta abusiva e irritante.
Lamentablemente, en el discurso actual (mediático y judicial, por ejemplo) se insiste por demás a favor de la relación casi exclusiva y excluyente del niño con su madre, pero en siglos pasados, por ejemplo, en la Europa Medieval y durante la Modernidad, el maternado no era ejercido en exclusiva por la madre, sino también por otras mujeres del grupo o por nodrizas. Así, el medio favorecía la individuación del niño. No quedaba pegoteado a su mamá, ni en la obligación de tener que actuar para darle el gusto a ella.
Es que lo importante no tiene nada que ver con mantener al niño en una relación de cuerpo a cuerpo con la madre, sino tan solo con la capacidad materna de darle al niño el vocabulario de su cuerpo. Son maternantes palabras de las mujeres y de los varones que le hablan a los chicos de su cuerpo, de sus necesidades, y que los ayudan a quererse bellos y limpios, enseñándoles a ocuparse de sí mismo con seguridad y confianza.
Por su parte, lo específico de lo paternante funcionando en la vida de un niño, consiste en aquellas enseñanzas que tienen que ver con la disciplina y la corrección del habla y de los gestos. Pero lo importante no tiene que ver tan solo con la fuerza de un padre para imponer su autoridad o con su capacidad de aportar económicamente al sostén material del chico, sino con ser para el hijo un interlocutor válido que lo ayude a aceptar los códigos que rigen la vida social en una determinada cultura… esto implica la aceptación de un orden, de un ritmo de las cosas. De este modo, entonces, puede decirse que el papel esencial de un padre es suscitar y ayudar al niño a insertarse en la sociedad.
Los adultos parentales son fatalmente necesarios (ya sean genitores o tutelares), pero la célula parental tiene que abrirse… ya que no es beneficioso el quedarse encerrado en la relación padre-madre, porque ese encierro asfixia y resta posibilidades de llegar a ser uno mismo. El niño tiene que llegar a ser algo muy distinto de sus padres. En tal sentido, es difícil pero necesario el extirpar en el niño esa “ilusión mágica” de que su padre es el modelo, el que sabe y a imitación del cual él tiene que venir a ser. El “hacer como hace papá o mamá” debe ir siendo reemplazado por “hacer como hacen los otros chicos o chicas”: es la búsqueda de una identidad admitida por los demás. Es siempre, en parte, una alienación inevitable a un parecido que se tiene por valioso. Pero se trata tan solo de un origen vital a partir del cual el niño tiene que venir a ser él mismo, y no por el placer de otro, así fuese su padre o su madre. Por ahí pasa la novedad que el psicoanálisis aportó a la educación: para prevenir pérdidas de energía e inteligencia hay que preparar a un niño para que venga a ser lo que sea que tenga que venir a ser, según lo que él vive, lo que él es, lo que él siente, y no según lo que le guste a los demás. Es importante que se le diga al niño que no debe imitar ni someterse nunca al otro, sino hallar su propia respuesta a lo que lo cuestiona. “Me pides consejo, te lo doy, pero síguelo sólo si lo deseas tú mismo”. Así debería ser la educación, siempre.
¿Por qué decimos que “debería” ser así? Porque no somos animales regulados por el instinto, sino seres de lenguaje que necesitamos ser ayudados por otros para poder entrar a la cultura; esto es, para que podamos llegar a ocupar un lugar en la ley desde el cual criticar a nuestros padres; es decir: desde donde podamos hacer algo con lo que hicieron de nos-(otros).
En psicoanálisis esa idea se expresa metafóricamente como: “matar al padre”. De más está decir que no se está hablando de una muerte ni física ni violenta, sino de una muerte simbólica, o sea que estamos hablando de “matar” (o “descompletar”) al padre y a la madre imaginarios; esto es: a la imagen que el niño tiene internalizada de unos padres ideales, agigantados, todopoderosos, etc.
Para hacer que un hijo mate al padre mítico basta con que, según va creciendo, el padre sea verdaderamente real. Si el padre está verdaderamente ahí, entonces el niño no necesita tener uno mítico.
Para matar al padre mítico tiene que haber más “realidad” paterna. E incluso hay que robustecer esa realidad, como lo viene haciendo la madre de Tobías… con esto no estamos diciendo que sea necesario hacer algo así como emigrar al lugar donde vive el padre, sino que lo decimos en el sentido de afirmar y facilitar la relación del niño con su padre real: no hablándole mal de su padre, ni de la nueva pareja de su padre, ni dificultando las visitas del niño a la casa del padre (durante los fines de semana, o incluso durante períodos prolongados de semanas o meses).
Esto que decimos respecto de la “realidad” del padre también cabe respecto de la “realidad” de la madre; es decir, el padre debe ayudar a su hijo a separarse “corporalmente” de la gravitación de la madre en su vida.
Ahora bien, en cualquier caso, ambos progenitores deben tener presente en toda circunstancia, que no se deben trasladar al menor las angustias derivadas del narcisismo herido de los adultos a su cargo. Tienen que entender que su hijo “los mata” para nacer a su propia identidad. Quizás puedan comprenderlo de esta manera: si el hijo “los mata” es porque los ama, ya que “los mata” para venir a ocupar su lugar, y no querría ocupar ese lugar (como responsable de sí mismo) si no los amara.
El psicoanálisis aportó una renovada lucidez sobre la verdad de los lazos entre engendrados y engendradores. Pero, en vez de dejarse interpelar por esa verdad, las personas quieren negarla y ahorrarse el sufrimiento. Sin embargo, hay que pasar por él. Un padre o una madre no pueden evitar sufrir ante su impotencia para dar al hijo lo que éste pide, o lo que ellos creen que él les pide… Quisieran, de una manera absoluta, que su hijo los satisfaga, y es absolutamente preciso que experimenten esa decepción. Al principio los padres actúan como si el hijo fuera un ser al que hay que modelar. Sólo el sufrimiento, si lo asumen, les enseñará a respetar la vida de su hijo como “diferente” de la de ellos.
Ese sufrimiento acontece cuando sucede que los intercambios cada vez más “verídicos” (digamos) entre el hijo y sus progenitores, van haciendo que el padre mítico resulte borrado por el padre real. Lo beneficioso de este doloroso camino, es que las generaciones van siendo cada vez menos cautivas de aquella influencia parental. Salen de su cautividad en un estado de ignorancia, de minoridad… en la medida en que se cuelan por las fisuras de ese “sistema cerrado” que es el discurso de los padres mitificados, para ir entrando de a poco en ese período de indagación y crítica, que solemos llamar adolescencia.
Si los adultos tomamos en consideración estas ideas, podremos darnos cuenta que lo hecho, hecho está… lo que sucedió, construyó la situación en la que estamos hoy… eso es así, y de nada sirve lamentarse al respecto, lanzarse reproches o buscar culpables… pero también podremos darnos cuenta de que quizás tengamos incidencia en lo que nos seguirá, en el desarrollo de nuestros hijos y en el propio. Si nos atrevemos a “jugar” el presente de una manera más interesante: quizás hagamos la diferencia de cara al futuro, y dejemos de repetir el pasado.
Insistimos en que es importante tomar esto en consideración, porque cuando la vida del niño queda cautiva, encerrada en la repetición del discurso de sus padres, se vuelve monótona y fastidiosa, entonces ya no le es posible hacer la diferencia, y en esas circunstancias puede suceder que un modo de “sentirse vivo” se intente tratando de sentir la libertad de violar las consignas, romper los reglamentos, desafiar las órdenes, y adoptar una conducta peligrosa.
“Dejar de repetir el pasado” tiene que ver con darle a Tobías un nuevo espacio en la vida.
Un lugar en la vida equivale a un lugar para vivir, un lugar de acogida. Un lugar en el que no se sienta intruso, sino admitido. Y eso tiene que ver con la configuración del pequeño universo familiar.
Lamentablemente, la familia nuclear burguesa, cerrada sobre sí misma y sofocante como un círculo, es una degeneración de la sociedad que hemos heredado de los siglos de la Modernidad europea. Dentro de la familia tradicional, el niño está en una trampa. Preso de un cierto número de itinerarios trazados de antemano, enteramente balizados. Como una geografía llena de callejones en los que es fácil desorientarse y de los que no hay manera de salir. Es la muerte. Una muerte muy paradójica, porque al niño se le ofrece la familia nuclear como lugar donde hallar refugio, pero ese es el lugar que deberá abandonar para adquirir autonomía. Confinado en el molde de la familia nuclear, es un objeto de sus padres, pero como sujeto es un desecho, un rechazado. En otras palabras: la familia lo neurotiza, pues consolida su fracaso… ya sea porque se obstina en empujarlo por un rumbo donde no puede expresarse, o porque lo protege como si fuera un incapaz, o un marginal. En tal escenario, cuando el niño no satisface el deseo de sus padres y maestros, y no se halla en la “buena senda” para responder al deseo de los otros, termina siendo sofocado en su deseo propio. Se lo culpabiliza por sus antojos, por sus curiosidades, por sus avideces.
Es hora de repensar estas cosas con mucha seriedad. La familia y la escuela deberían ser lugares donde los adultos le propongan al niño algo a conquistar, en vez de imponerle que tome sin que lo desee.
En el caso de Tobías, resulta muy “jugada” (y quizás algo temeraria) la actitud de su madre.
Con su decisión de emigrar, ella se corrió de varios lugares: 1.- del lugar de la esposa víctima en tanto que abandonada por un marido que la dejó en la calle y sola con un hijo, sin casa y sin un peso, 2.- del lugar de mujer dependiente de un novio que la rescate de unas condiciones de vida en las que no estaba a gusto, 3.- del no deseado lugar de madre obligadamente abnegada… y con eso removió efectivamente de sus apoltronados lugares al padre, al novio y al hijo.
Ella habló con su hijo, habló con su ex marido y con la nueva pareja de él, y también con su novio.
Así, la madre de Tobías realizó un categórico gesto provocativo que “profanó” (en términos de Agamben) el estatuto tradicional de la familia burguesa, y así dio ocasión para que se vuelva a poner en juego la vida en toda su potencia creativa… El padre y su nueva pareja tuvieron que jugarse en la configuración de una nueva dinámica familiar que de lugar a Tobías. Su novio también se tuvo que jugar en la configuración de una nueva dinámica de vida que la incluya a ella y a su hijo. De ahí que todos esos adultos JUNTOS, hoy en día estén participando mancomunadamente en la configuración de un proyecto de vida sustentable y satisfactorio para todos los involucrados, estableciéndolo en torno a la crianza de Tobías (que también incluye la presencia y participación de los hijos de la pareja del padre y de los del novio de ella)… El desafío consiste en que ese proyecto no implique para ninguno de los actores una merma de sus más genuinas aspiraciones personales en la vida. Pues no se trata de hacer “heroicos sacrificios” (asaz imposibles o demoledores), sino de atreverse a “poner la vida en juego”.
Esto no es algo así como si la madre en solitario y unilateralmente hubiera ido a la tierra de su padre, renunciando a su deseo de mujer de vivir con su novio, y generando en el chico una expectativa de “familia reunida” en un triángulo edípico “ideal” con “papi y mami”… como si nada hubiera cambiado para él desde cuando fue abandonado a los dos años de edad. Lo esencial de su decisión no pasó por arrimarse al ideal de familia burguesa, ni por renunciar a su deseo como mujer de convivir con su novio, sino que pasó por conseguir que Tobías ya no se sienta ni solo con su madre ni abandonado por su padre, sino querido, respetado, valorado, seguro y sostenido por todos los adultos a su cargo.
Para eso la madre y su novio están trabajando en el modo concreto y sostenible de “articular” las dos locaciones que Tobías dibujó para su psicóloga: España y Argentina… de manera tal que Tobías pueda hacer la experiencia de autonomización pasando períodos de varios meses en Argentina, y también en España con su padre y con su madre, y con la pareja de cada uno de ellos en ambos países, incluyendo algunos meses del año con la presencia de todos los adultos de su vida coincidiendo en España, que es el lugar en donde va a la escuela. Y eso al menos durante unos dos años, hasta su ingreso a la pubertad… y, luego, con modificaciones en su escolarización y en los períodos de permanencia en cada país durante el transcurso de su adolescencia, hasta que alcance su mayoría de edad.
Básicamente, la idea central del proyecto consiste en no pensar las cosas a partir de un nexo o conjunción disyuntiva: España “O” Argentina, sino articuladas a partir de un nexo coordinante: España “Y” Argentina. Cuando son pensadas desde la “disyunción” las cosas se tensan demasiado, y se excluyen mutuamente, porque se pone en juego una lógica tan solo dual, en la que no hay más que un binomio terrible: "todo o nada", sin más consideraciones. Pero hay otra forma de pensar las cosas, con una lógica diferente, no dual sino triple... Una lógica en la que la diferencia tiene lugar. Una lógica serena y sensata que, sin negar las diferencias, arrime articulaciones posibles... Es decir que, en vez de tensar las cosas al punto del “todo O nada”, sepa mantenerse (no sin esfuerzo, por supuesto) en el arduo pero decidido campo de LO POSIBLE para el deseo (y lo posible no es “NI” todo “NI” nada)... valga no perder de vista ese “NI... NI...” para poder así venir a enlazar pensamientos con la conjunción o nexo coordinante “Y” (ej: “esto Y aquello”, en determinado contexto)... Entonces, dado que las cosas son tan contingentes y relativas, tan inscriptas en algún determinado contexto anímico (propio y ajeno) que nos excede; entonces, quizás así se pueda pensar el MODO (respetuoso y realista), por ejemplo, de articular países distantes como Argentina “Y” España... considerándolos como lugares POSIBLES y no-absolutos, ya que NI uno NI el otro es TODO así como tampoco es NADA.
Pero bueno, como quiera que sea, todas estas cosas aún están en ciernes, abiertas e inquietantes. O sea que habrá que ver qué es lo que todos estos adultos pueden y quieren dar de sí (¿qué modificaciones están dispuestos a hacer en sus vidas?) en pos de la realización de un proyecto compartido de tal envergadura. Por el momento, al menos por ahora, y en esta fase inicial del itinerario, quienes están en España (la madre, el padre y el hijo) están disfrutando de una novedosa y excitante experiencia de logro, mientras que quien quedó en Argentina (el novio) está inmerso en una triste experiencia de pérdida. Es de esperar que, a su tiempo, cada uno de ellos vaya morigerando sus sensaciones (unos la fascinación por lo nuevo, y el otro el temor por lo incierto), y tal vez así entre todos puedan llegar a “compartir” un proyecto viable en el futuro.
Pero el punto verdaderamente relevante en todo esto es que, en un escenario de características tan peculiares como el suscitado por la disruptiva decisión de la madre, el consiguiente movimiento de sus lugares que hagan el padre de su hijo, su hijo, y su novio, acabarán poniendo a la madre en la ineludible situación de tener que realizar a su vez nuevos corrimientos a lugares aún insospechados para ella… O sea que también ella tendrá que ver si querrá y podrá moverse en correspondencia con lo que ella misma provocó al poner en movimiento a los demás. Al respecto, huelga decir que todos esos “movimientos” (los del padre, del hijo, del novio, e incluso de la madre) no serán sin algún dolor para unos y para otros… No sin la angustia de estar todos, en definitiva, confrontados a un presente insatisfactorio, que se ubica entre un pasado muerto y un futuro que aún no ha nacido. Habrá que estar a la escucha de lo que se diga en esa angustia. Porque la angustia es un afecto develador.
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